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¡Auxilio! No quiero trabajar en la empresa de mi papá

Por: José Fainsod Aronovich

En las empresas familiares se mezclan, por un lado, las emociones de todos los que en ella trabajan y por el otro lado los procesos, la toma objetiva de decisiones y la planeación estratégica. En algunas ocasiones son las primeras las que marcan la pauta, lo que trae como consecuencia la mala comunicación, el rechazo al cambio, la imposición, la rebeldía a la autoridad y finalmente el conflicto. Cuando prevalece la institucionalización, (respeto a las normas, disciplina en los procesos y un trabajo encaminado al logro de los objetivos) la empresa se encamina hacia la rentabilidad, crecimiento y continuidad y la unión y armonía lideran a la familia por el camino coordinadamente trazado por todos. Sin embargo, no siempre es factible dejar a un lado las emociones para funcionar racionalmente o dejar de serlo y tomar decisiones, en muchas ocasiones, de manera visceral. Como fundadores y como hijos nos compete aprender a manejar nuestras emociones y mostrar nuestra capacidad de raciocinio para evitar lo que le sucedió a Ramiro.

Ramiro fundó hace 25 años una empresa textil que le permitió darle a su familia lo que económicamente necesitaban. En ese momento definió que la empresa no solamente sería la fuente de riqueza sino también la fuente de trabajo para sus hijos.

Ramiro y su esposa Beatriz procrearon 4 hijos, 2 hombres y 2 mujeres. En el momento de tomar la decisión si se incorporaban o no a la empresa, las hijas, Beatriz y Mónica, cada una por diferentes razones, se deslindó de ésta. A Ramiro mucho no le preocupó ya que quedaban los varones. Juan tuvo la oportunidad de asociarse con su mejor amigo y prefirió esta opción a cualquier posibilidad de trabajar con el papá. ¿Qué tanto la personalidad de Ramiro influyó en los hijos para alejarse de él? Hasta el día de hoy es algo que angustia a Ramiro y sobre la cual no tiene respuesta.

Tomás estudió ingeniería textil porque desde niño soñaba con las máquinas y siempre amó la empresa. Cualquier oportunidad que tenía Ramiro lo llevaba a “trabajar” y poco a poco fue aprendiendo de máquinas, texturas, combinación de colores y tipos diferentes de tela. Ramiro le facilitó el estudiar una maestría en Ingeniería lo que le daba la preparación suficiente para apoyarlo y hacer crecer la empresa. Además, la creatividad de Tomás siempre se manifestó y logró innovar constantemente.

Imaginemos por un momento a Ramiro orgulloso de tener a su hijo dentro de la empresa y pensando, aunque no de manera muy consciente, que su sucesor

estaba en la oficina de a lado. A los 55 años Ramiro podía darse el lujo de visualizar a su hijo como futuro director general, sin embargo, no pudo.

En retrospectiva, Tomás recuerda que en casa la única palabra que valía era la de Ramiro; pero nunca pensó que en la empresa debería ser necesariamente igual. Si yo tengo conocimientos, estoy comprometido con la empresa y veo su beneficio por encima del mío propio, decía Tomás, ¿por qué las cosas no suceden diferente?

Tomás fue nombrado director de operaciones. Ramiro conservó las responsabilidades de ventas y la parte administrativa. Tomás fue creciendo profesionalmente; tomaba, no recibía, nuevas responsabilidades, creaba y los resultados día a día crecían tanto económica como técnicamente. Solamente había un problema, Ramiro no le reconocía las aportaciones y mejoras al negocio; pero era algo que no le inquietaba a Tomás. Todo pintaba de maravilla hasta que un día “se le ocurrió” hacer cambios. Presentó el proyecto para el 2017, con una visión de negocios muy ambiciosa y bien pensada, objetivos, KPI´s, y un organigrama en el que estaba rodeado de mucho talento. Este proyecto representaba una erogación importante aunque iba a ser rápidamente amortizada por el resultado esperado. Ramiro estalló y abiertamente le negó su apoyo. No hubo explicaciones, tampoco contraofertas, ni siquiera ajustes al plan, simplemente fue archivado y las cosas regresaron a como se venían manejando…a fuego lento en función del ánimo de Ramiro.

Tomás ya no volvió a ser el mismo. Aquel entusiasmo, brillo en los ojos, pasión que le metía a toda idea y tarea, fue apagándose, no así las discusiones con Ramiro.

En ese tiempo los sueños de Tomás eran inmensos, el cielo era el límite; para él no había freno más que el que Ramiro le impuso. Tomás pensaba en un Consejo de Administración e implementar las buenas prácticas de Gobierno Corporativo. En contraste, las tareas se seguían haciendo como Ramiro las quería, en los tiempos y formas que imponía. Se respiraba mucha tensión en la empresa. En las juntas de trabajo estábamos todos muy estresados porque sabíamos que la bomba estallaría en cualquier momento; no nos equivocábamos.

En una ocasión después de una fracasada reunión de trabajo con lágrimas en los ojos Tomás exclamó: ¡Auxilio! No quiero trabajar en la empresa de mi papá y en ese momento abandonó la empresa. A este momento le siguió la renuncia y salida inmediata de Tomás de la empresa. Por muchas semanas la comunicación familiar también se fracturó. Hoy, después de tantos años de intentos, a veces infructuosos y a veces productivos, la comunicación entre ambos se ha normalizado. A final de cuentas Tomás recuperó a su padre aunque su sueño, como el de muchos otros hijos que quieren integrarse a la empresa familiar, fracasó.

¿Por qué no fue posible separar las emociones de la lógica empresarial? ¿Por qué nos cuesta tanto trabajo dejar a un lado, en el cajón, las emociones al negociar, planear, discutir y tomar decisiones? Este proyecto de Ramiro y Tomás pintaba para ser un ganar-ganar y se convirtió en un perder-perder porque definitivamente, ambos perdieron.

· El autor es miembro de CONSULTORES OC.

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