17:39
18:32

Arvit: 19:15

Shajarit: 9:00

Minja: 18:15

Auschwitz en 1933 no era visible

Por Mónica Stempler

La historia a veces es convertida en terreno fecundo para la controversia política, y en muchas ocasiones, cómo la legitimidad de apuestas políticas del presente se fundamenta en trayectorias históricas del pasado. Es así como la revisión histórica puede estar cargada de polémica y no tener nada que ver con interpretar la evidencia histórica. Es un hecho que los revisionistas que han alcanzado mayor resonancia en la opinión pública normalmente se han beneficiado más de la existencia de un público o grupo mediático ávido de polémica que de una aportación original al conocimiento histórico.

La política nunca ha estado libre de prejuicios ideológicos, por eso falla su compromiso cívico. Eso es lo que hoy a estas alturas de la historia no debe pasar desapercibido por ningún gobierno, país, y mucho menos por el individuo que no se caracteriza por ser parte un bólido que se mueve según la corriente con la inercia tanto de sus gobiernos como de la opinión pública, o el criterio de cualquier otra persona con la que sin recursos legítimos influya en su mente, cosa que fue la principal característica de lo que en la era de Hitler sucedió con el hombre masa, que queda fragmentado en mil pedazos.

Como explica Hannah Arendt, “el diálogo interior fortalece nuestra conciencia y, en algún sentido, dificulta el olvido. O a la inversa, precisamente porque dificulta el olvido de aquello que vemos y hacemos fortalece nuestra conciencia y nos avoca al diálogo con ella” (1). Más allá de la conciencia, es prudente traer las características que se dieron en el hecho histórico, qué tan similares pueden ser en nuestros días. Justamente lo que decía Ernesto Sabato, “al ser humano se le están cerrando los sentidos”, lo que nos impida observar algunos factores que por el transcurrir de lo cotidiano, dé factibilidad de otra circunstancia similar, o sea, disponibilidad de los recursos necesarios. El fenómeno de las masas como recalca Arendt, “No es nada nueva la atracción que para la mentalidad del populacho supone el mal y el delito. Ha sido siempre cierto que el populacho acogerá satisfecho los hechos de violencia con la siguiente observación admirativa: serán malos, pero son muy hábiles”. Mencionemos entonces a Heidegger, a quien la joven estudiante Arendt, decía: “Enséñame a Kant... tu piel descubierta” (2), el filósofo de los nazis, quien nunca reconoció sus errores ni se distanció de sus simpatías por los nazis. Su teoría sobre el ser inauténtico, el que se entrega al mundo del ‘se dice...’, el decir de los demás, determinado desde afuera en un modo de pasividad, inmerso en el mundo de lo anónimo, no es él, es uno más para no pensar por sí mismo y consagra su vida a la negación. El otro como responsable de todo. Las habladurías construyen el mundo, como dijo Michel Focault “los sujetos son sujetados”. Arendt explica que los movimientos totalitarios pretenden lograr organizar a las masas, no a las clases, la pura fuerza del número indiferente a los asuntos públicos, la neutralidad, no es en sí mismo, causa suficiente para el auge de los movimientos totalitarios. “En esta atmósfera de ruptura de la sociedad de clases, se desarrolló la psicología del hombre masa europeo”, algo así como Heidegger define su ‘Das man’ en su existencia banal, que vive sin profundizar a diferencia del que escoge sus posibilidades reales. Es entonces cuando una ideología al ser un sistema de valores, creencias, representaciones, hace daño y nubla a quienes son capaces de realizar atrocidades con mínimos o nulos remordimientos. Masas de individuos atomizados, sumado a un Hitler no solo como fenómeno aislado, al estar acompañado de un escenario social, político y económico derivado de una Alemania castigada por los Tratados de Versalles. Todo esto conjuntado a tres grupos que perdieron la capacidad de juicio y que distingue Arendt: los nihilistas, los dogmáticos y los ciudadanos normales. Los nihilistas para quienes no existen valores definitivos y sólo se mueven bajo sus propios intereses, los dogmáticos que asumen con rigidez una idea para darle sentido a su vida y a su comportamiento, y el de los ciudadanos normales, quienes asumen costumbres al ser irreflexivos por “el terror inevitable de la guerra psicológica en una población completamente sometida o debido a los factores subjetivos como la existencia de las leyes de un país, vaciando su contenido utilitario, de los intereses de una clase o nación. La calificación principal de un líder de masas ha llegado a ser una interminable infalibilidad; jamás puede reconocer un error” (4). “Quien, en una oposición de opiniones, afirma que posee la verdad, expresa su pretensión de dominación”. (Arendt). Arendt determina como características principales de las masas modernas, que no creen en nada visible, ni en la realidad de su propia experiencia; no confían en sus ojos ni en sus oídos, sino solo en sus imaginaciones, que pueden ser atraídas por todo lo que es al mismo tiempo universal y consecuente en sí mismo (5).

El hombre parece no ser culpable de nada, y justo por eso puede volver a suceder, porque en la actualidad, en cualquier lugar del mundo, posee tales características. También los medios de comunicación y las redes sociales trascienden como explicaba Marcuse, “reproducen y socializan en los valores el sistema dominante y amenazan con eliminar el pensamiento y la crítica. Los efectos de esta orientación mediática crean un escenario cultural cerrado, unidimensional, que propicia una especie de pensamiento único y determina la conducta del individuo en la sociedad. Los medios crean una estructura de dominación, bajo la apariencia de una conciencia feliz que inhibe la posibilidad de cambio hacia la liberación. Los medios de comunicación, a través de un lenguaje informal, no dan explicaciones ni ofrecen conceptos, sino que aportan imágenes. Descontextualizan, niegan la referencia histórica. Lejos de moverse entre la verdad o la mentira, se limitan a imponer un modelo”. (6)

Esos modelos absorbidos por las masas se sitúan como grandes generadores de pensamientos e ideas que, en un descontrol dentro de una circunstancia determinada, puede provocar otro espectáculo, al decir de la muerte para otros. Los ejemplos son muchos, los países de dictadura y totalitarismos aún siguen cavando extensivas posibilidades en todos los continentes. Heidegger le había dicho a Marcuse: “Auschwitz en 1933 no era visible”, y él le contesta: “Para usted sí era visible”. Resultó ser, que el Dasein (ser-aquí) de Heidegger, el ser auténtico, se hizo consciente de su finitud, de su posibilidad de muerte, en Auschwitz.

Para todos debe ser visible el peligro que implica permanecer estático ante cualquier acontecimiento que pueda llegar a imitar la historia del Holocausto, porque nunca debió suceder.

Bibliografía-

“Auschwitz en 1933 no era visible”-Frase de Heidegger a Marcuse.

(1) Extracto del documental Hannah Arendt y la banalidad del mal. Guión y dirección de Jesús Palomar Vozmediano. España, 2006.

(2) Ibídem.

3 Hannah Arendt. Los orígenes del totalitarismo. Alianza Universidad. Madrid, 1987. Pág. 484.

4 Beatriz Rivas. La hora sin diosas. Editorial Alfaguara. México, 2003. Pág. 219.

5 Hannah Arendt. Los orígenes del totalitarismo. Alianza Universidad. Madrid, 1987. Pág. 495

6 http://portal.educ.ar/debates/protagonistas/ciencias-sociales/el-hombre-unidimensional-marcuse-a-25-anos-de-su-muerte.php

Kehila Ashkenazi, A.C. Todos los derechos reservados.
Powered by Wolfate
linkedin facebook pinterest youtube rss twitter instagram facebook-blank rss-blank linkedin-blank pinterest youtube twitter instagram