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Cuentacuentos

Mucho antes de haber existido la escritura, la humanidad ha contado historias a través de la tradición oral. Esos relatos, siempre tuvieron algún propósito- como comunicar sobre situaciones concretas y, tal vez, peligrosas del entorno, enumerar mitos y tradiciones que se han pasado de generación en generación o, simplemente dejar volar la imaginación del narrador, compartiéndola con su grupo.

Con el desarrollo del lenguaje escrito, se crea un vínculo entre escritor y lector que enriquece la vida de ambos y constituye una forma de interacción social.

Siguiendo los pasos de los hermanos Grimm, las pautas señaladas por Edgar Allan Poe, Chejov, Alice Munro, Juan Rulfo… nosotras, en el presente Taller de Escritura de Cuentos estamos ejercitándonos en esta práctica, creando cuentos de todo tipo, que nos complace compartir con todos ustedes.

En esta ocasión, les presento uno de los cuentos de Vicky Algazi, escritora que-sin mucho tiempo disponible-, se da su espacio para seguir plasmando sus ideas y encontrando cada vez mejor, su voz personal. En ella, la escritura creativa se ha vuelto cada vez más, una necesidad personal.

En el Taller, se dan conceptos, estructura, y se dejan tareas que se presentan al grupo en la siguiente clase, permitiendo a las alumnas compartir sus escritos, escucharse mutuamente y, seguir creciendo.

Vicky, en el cuento que están ustedes por leer, demuestra su enorme talento en el arte de la descripción. Nos mete de lleno en el ambiente que ha creado. Con sus palabras, no solo nos ofrece imágenes, sino, verdaderamente estamos comiendo, bebiendo,

oliendo, oyendo, participando activamente en todo lo que está sucediendo en Garibaldi, con Torcuato y sus circunstancias.

Es un cuento realista y, diría yo, tragicómico.

Que lo disfruten.

 

Raquel Bialik

Profesora del Taller

 

 

Entre copas y canciones

 

Por Vicky Algazi Capuano

 

En Garibaldi, barrio popular de la Ciudad de México, abundan las cantinas y los mariachis.

Torcuato, un carpintero de mediana edad, quien destaca entre la multitud por la abultada protuberancia que tiene en la espalda, entró en “La jarra feliz”.

Ya iba medio teporocho, trastabillando y zigzagueando, pero muy sonriente porque, como era quincena, tenía “lana” suficiente para seguir la fiesta.

Se acercó a la barra y le dijo al cantinero:

Hey tú, sírveme un tequila doble en bandera.

¿Doble? Si ya está bastante servido compa, mejor sencillo pa’ que aguante, si no se me va a caer pronto y luego qué hago con usted.

Bueno pues, que sea uno, al fin y al cabo, la noche es larga. Dame también algo pa’ comer pa’ que se me baje un poco la borrachera.

 

Salen caballito de tequila, otro de limón escarchado con sal y otro más de sangrita, acompañados de una orden de quesadillas, con salsa de chile de árbol tatemado bien picosita.

Recargado en la barra saboreó los ardientes bocados y tomó sorbos de cada uno de los caballitos.

Esa noche, el lugar estaba repleto, todos lo volteaban a ver. Llamaba la atención por lo beodo, jorobado y feo. ¡Pobrecito! Es de esos tipos que espantan si te los topas por sorpresa en la noche, al doblar la esquina o en un callejón sin salida.

Herido por el mal de amores, Torcuato tarareaba desafinado, “no vale nada la vida, la vida no vale nada, comienza siempre llorando y así, llorando se acaba” …

Fue la ingrata de Lencha, la cocinera de la fonda de al lado, quien le rompió el corazón y lo dejó triste, desolado y sin esperanza, por haberse ido pa’l norte con Tiburcio el plomero.

A pesar de los pesares, la vida continúa, así que Torcuato no se dejó caer del todo y no perdió la oportunidad de revisar cuidadosamente a la concurrencia, para ver si encontraba una buena compañía que aliviara su dolor y soledad, por lo menos durante esa noche.

En su búsqueda, vio que al otro extremo del salón estaba una voluptuosa mujer con el escote bastante pronunciado y la falda rabona bien ceñida al cuerpo. Claramente la podríamos bautizar como “la condesa de mira chueco” porque tiene un ojo medio caído, es bizca y nada agraciada. Lo bueno es que, en ese aspecto, ambos están en condiciones similares.

A todas luces se veía que la “dama” era de moral relajada.

No cabe duda de que, en este mundo, siempre hay un roto para un descosido.

Era temprano todavía y el mariachi aún brillaba por su ausencia.

Torcuato vio una vieja rocola que estaba arrumbada y empolvada en un rincón. Como pudo, caminó hacia ella, le puso unas cuantas monedas a ver si funcionaba, y sí, tras la selección, una guapachosa cumbia empezó a sonar. Se dirigió a la mujer, la invitó a bailar quien gustosa aceptó. Entre los cadenciosos pasos del ritmo colombiano, pudieron entablar un poco de conversación.

 

¿Cómo te llamas?

Casimira

¿Vienes sola?

Sí.

¿Y de qué la giras?

Atiendo a los clientes en la casa de Doña Lupe, la “madame” de este barrio, pero hoy tengo la noche libre.

¿Y tú?

Soy carpintero, pero no balín, sino de los meros buenos. ¡Ah qué bien!

Al finalizar esa pieza fueron a la barra por otro tequila y a la rocola a escoger otra canción.

Con toda la lujuriosa intención, Torcuato escogió un danzón pa’ bailarlo en un cuadrito y de cachetito.

Así, entre arrimones, canciones, botanas y tequilas, transcurría la noche hasta que por fin llegó el mariachi con su alegre “Son de la negra”.

Tras los aplausos y la algarabía, siguieron las peticiones. La lista estaba compuesta por los temas más populares: Volver volver, Si nos dejan, La Bikina, El Rey, Mariachi loco, y otras.

Después, el ambiente se fue tornando mucho más romántico. Continuaron con: Hermoso Cariño, Somos novios, Bésame mucho, Contigo aprendí, Te amaré toda la vida y otras canciones del mismo género.

Las copas y las chelas salían del bar llenas y regresaban vacías.

Las bebidas, el romanticismo, el intercambio de miraditas y sonrisas, provocaron que Torquato le pidiera a Casimira, que lo invitara a la casa de Doña Lupe.

No Torcuato, hoy descanso.

 

No seas rejega, ándale, si no va a ser por trabajo sino por gusto y además te garantizo que me voy a portar bien.

Bueno, pos siendo así, órale, vamos.

La verdad es que el alcohol obra milagros. Ya para esa hora habían simpatizado y conectado lo suficiente como para acercarse más. ¡Cómo ven que, hasta guapos se veían entre sí!

Salieron del lugar muy contentos y abrazaditos, caminaron dando tumbos las tres cuadras hasta llegar a su destino.

Sigilosamente subieron las escaleras, abrieron despacito la puerta de la habitación para que no rechinara y ni prendieron la luz para no hacerse evidentes.

Poco a poco empezaron con el toqueteo, los besos y las caricias, se fueron despojando de sus prendas y de repente, Torcuato pega un grito y casi cae desmayado al darse cuenta de que dentro del escote no había nada, lo que se veía tan atractivo era postizo y que Casimira en realidad… resultó ser Casimiro.

Kehila Ashkenazi, A.C. Todos los derechos reservados.
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