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De nuestro Taller de Escritura Creativa…

LA DESPEDIDA

Raquel Tawil-Klein

Lo había conocido en una fiesta. Entre bromas y borracheras se dieron unos besos y Rosalía quedó prendada de él. Nunca había experimentado ese desvanecimiento interno que la hacía sentir que se hundía en un abismo. Lo miró profundamente, perdiéndose en los destellos verdosos de su mirada de águila y sintió que nunca podría dejarlo.

Julián también quedó prendado de ella. Sus labios carnosos y húmedos lo invitaban a acercarse una y otra vez y sentir su cuerpo cerca cuando la besaba, lo electrizaba.

Continuaron viéndose cada vez con más frecuencia. Las fiestas se terminaron y la relación dio lugar a una intimidad cada vez mayor en cuanto a cuerpos y emociones. Conforme se fueron conociendo, creció la admiración que sentía el uno por el otro. Las pláticas se hicieron eternas y profundas; abrían sus debilidades y sus rincones más oscuros sin temor a la traición o al abandono. La relación se fue haciendo cada vez más intensa y al mismo tiempo tan serena, que les prodigaba un sentimiento de seguridad y plenitud.

Julián pensaba lo injusta que era la vida, cuando en un momento regalaba felicidad en otro se la quitaba. Él sabía que ese romance tendría que ser efímero y se lo hacía saber a ella, que de muchas maneras se resistía a reconocerlo, a escuchar.

Así pasaron cerca de dos años. Conforme seguían viéndose la relación se alimentaba cada vez más. Eran una pareja perfecta. La atracción mutua no desvanecía, el deseo era intenso y el encuentro íntimo de sus emociones se combinaba con la mayor armonía que pudiera pensarse. Se amaban tanto que requerían de la presencia continua del otro y sus limites se difuminaban sin poder reconocer que pertenecía a cada uno.

Pero la realidad se impuso, justo en el momento del mejor encuentro entre sus almas. Él tenía que regresar a Madrid de donde provenía y residía toda su familia. Con gran pesar y con mucho cuidado le dijo a Rosalía que ya había llegado el momento de aquello que trató de explicarle y que ella no quiso escuchar. Que su relación no era para siempre. Que él tenía que regresar y tendrían que despedirse ya que ese amor no podía ser eterno.

Julián desde hacía tiempo tenía un compromiso establecido con la hija de uno de sus mayores inversionistas, y era un hecho que iban a casarse para unir fortunas y enriquecer las empresas. Él sabía que no podría escapar, tenía que hacerlo, si se negaba, eso supondría el fin económico no nada más de su familia incluidos sus padres y hermanos. sino el fin del honor de su apellido. Saldrían a la luz manejos no tan claros que sus antepasados a lo largo de los años habían hecho con los negocios familiares y sería el descredito de su estirpe. No podía traicionarlos. Si alguien tuviera que sacrificarse para salvar a su familia y su nombre tendría que ser él.

Se atormentaba pensando que no quería dejarla ir, que la amaba como nunca antes había querido a nadie y que sentía que no podría encontrar una pareja con la que pudiera sentir tanta armonía e intimidad. ¿La haría su amante? De ninguna manera, la amaba demasiado para eso. Prefería perderla a verla denigrada por no perder su amor. Era más bien despedirse para siempre.

La despedida fue intensamente dolorosa. Rosalía no podía entender que él dejara ese amor tan grande por intereses económicos, o ni siquiera por salvar la dignidad y el honor familiar, Le suplicó que la llevara con él, aunque fuera en calidad de querida, pero él decidió que ella merecía un mejor futuro que humillarla haciéndola su amante.

Se despidieron una tarde de abril en que el ocaso coloreaba el universo de gris, ambos lloraban con angustia y desesperación. Ella se quitó un collar en forma de corazón rojo que él le había regalado. Consérvalo le dijo, para que no me olvides, él le regaló un ramo de flores rojas. Se comieron los pétalos llorando, fue un ritual de despedida.

Los años pasaron. No volvió a verlo, solo sabía de él a través de los encabezados de las páginas financieras o en algunas noticias de Internet. Julián y su familia aseguraron todo un emporio económico.

Rosalía nunca más pudo hacer una relación de pareja. Todos los hombres que llegó a conocer le parecían poca cosa. A la distancia la idealización aumentaba, y no había querido conformarse con poco. Así, la vida se fue tragando sus años, hasta que sus días se convirtieron en un recinto solitario lleno de recuerdos. En ocasiones se recriminaba a sí misma por continuar pensando en él, que imaginaba ocupado con su esposa y sus hijos, sin ni siquiera acordarse de ella.

Pasados veintitantos años, se enteró por las noticas que Julián había muerto. A pesar de que sobrevivió a un infarto y estuvo en casa en recuperación, finalmente su corazón lo venció como muestra del agotamiento. Había un aviso del lugar donde se llevaría a cabo la velación.

Sin pensar más se fue al aeropuerto y tomó el primer avión que salía a Madrid.

Llegó cuando la sala donde lo velaban estaba repleta de personas muy bien vestidas, hombres maduros que parecían grandes empresarios y mujeres muy elegantes; se sentía fuera de lugar. A lo lejos la vio. Su esposa, a pesar del dolor, se veía mejor que en las fotografías que con avidez siempre buscaba entre las noticias. Junto a ella tres muchachos intentaban consolarla, a pesar de que ellos denotaban también gran sufrimiento.

Se sentó en una orilla, quería pasar desapercibida. Veía el féretro con el corazón encogido, pero sin dudar, había decidido no acercase a verlo. Quería guardar las imágenes de su juventud, no quería que nada opacara esos recuerdos que le habían servido de alimento emocional para sobrevivir todos esos años de abandono.

Regresó al siguiente día, y al otro también. Se percató que su esposa la observaba. El ultimo día la esposa se acercó ¿Tu eres Rosalía? Ella sorprendida afirmó con la cabeza. Toma, esto es tuyo, le dio un collar con un corazón rojo. Julián lo tuvo aferrado en su mano antes de morir.

Kehila Ashkenazi, A.C. Todos los derechos reservados.
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