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Estamos comiendo Matzá

Matzá representa el pan que nuestros antepasados hornearon apresuradamente, en medio de frenéticas preparaciones para salir de Egipto, de la esclavitud. Quizás, así se preparaba el pan, en general para llevar en los viajes, porque garantizaba una mejor conservación. El patriarca Abraham también ofreció Matzá, panes ácimos, a sus huéspedes cuando le comunicaron que Sara le daría descendencia y Lot sirvió Matzá cuando los ángeles le vinieron a anunciar la destrucción de su ciudad, Sodoma, como leemos en el Génesis. Es el pan de preparación rápida, para salir del apuro. También se lo llama el pan de la pobreza o de la aflicción, ya que era la forma en que la gente humilde y los esclavos lo comían. En Pésaj, esta conexión con el alimento y la preparación de toda la casa recobra múltiples significados: durante este tiempo, todos comemos el mismo pan, nos igualamos en esta condición social y experimentamos esa sensación de pobreza y esclavitud para poder apreciar de otro modo los bienes que tenemos y la libertad que nos constituye. A la vez, la extracción del Jametz, eliminar los alimentos leudantes de nuestro entorno, se reinterpreta como si tuviéramos que sacar de nuestro interior el mal, la soberbia, aquello que infla, que deforma, que altera, lo que no es auténtico, ni puro, ni genuino. La palabra Matzá está vinculada lingüísticamente al acto de drenar o succionar, y podría referir a un pan con capacidad para absorber líquidos o para contener algo dulce y succionable. Seguramente la conmemoración de un día festivo en la luna llena del equinoccio primaveral haya sido una celebración pastoril aún más antigua que el acontecimiento de la salida de Egipto, en donde se ofrecían a Di-s las primicias del ganado y un pan sin levadura hecho con las primeras espigas de la cosecha. Pero sin duda, el hito de la liberación del yugo de la esclavitud marcó una huella tan profunda que los panes y el sacrificio quedaron asociados al evento.

La diferencia entre la matzá y el jametz es literalmente un tema de diligencia, concentración, esfuerzo y, principalmente, una aguda conciencia del tiempo.

La matzá es el alimento que representa todas esas características: no quedarse cruzado de brazos dejando que las cosas fluyan de acuerdo a su curso natural. Es el símbolo de realizar tareas con diligencia y concentración en el momento en que hay que hacerlas, ni siquiera un momento después. Esta característica, conocida como zerizut, ‘presteza’, es uno de los ingredientes clave para vivir una vida espiritual.

Comemos matzá no solamente con el fin de guardar Pesaj, debemos en cada momento saber quiénes somos y cuál es nuestra misión en la vida porque también debemos meditar acerca del bien colectivo como un objetivo que nos une y responsabiliza mutuamente, primero hacia nuestro entorno, familia, amigos, luego hacia la comunidad y el mundo todo.

Kehila Ashkenazi, A.C. Todos los derechos reservados.
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