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Una reflexión sobre fe, identidad y crisis moral
Artículo de opinión- Samuel Kemper.
Dos años después del 7 de octubre, una pregunta recorre distintos ámbitos del mundo judío: ¿está cambiando el judaísmo? No solo por las consecuencias militares o políticas de la guerra en Gaza, sino por sus posibles repercusiones espirituales y éticas.
Rabinos, académicos y pensadores coinciden en que el conflicto ha puesto al descubierto una tensión profunda entre la solidaridad con Israel y los valores universales de justicia y compasión que han sido pilares de la tradición judía. En diversos foros —desde sinagogas hasta universidades— se debate si la guerra ha abierto una grieta en la identidad judía contemporánea o si, por el contrario, la ha reforzado frente a la adversidad.
Algunos pensadores, especialmente desde comunidades de la diáspora, sostienen que la prolongación del conflicto y el sufrimiento civil han generado una catástrofe espiritual, al poner a prueba la noción fundamental de que toda vida humana es sagrada.
Otros líderes, sin embargo, interpretan la crisis desde un ángulo distinto. Consideran que el verdadero desafío espiritual no radica en la guerra en sí, sino en mantener la cohesión del pueblo judío y la legitimidad moral de su defensa frente a quienes niegan su derecho a existir. Para ellos, la lealtad a Israel en tiempos de amenaza es también una forma de preservar el alma colectiva.
Entre ambos extremos se alzan voces que abogan por una “autocrítica moral sin autonegación”. El investigador Yossi Klein Halevi, del Instituto Shalom Hartman, propone que el pueblo judío —como lo ha hecho a lo largo de su historia— practique la introspección espiritual incluso en tiempos de guerra, sin renunciar a su derecho a la seguridad.
Otros rabinos subrayan que el verdadero reto consiste en recuperar la empatía. Reconocen que el miedo y el dolor han endurecido los corazones en todos los bandos, pero recuerdan que la Torá enseña la necesidad de mirar el sufrimiento del otro sin perder la propia identidad.
Estas reflexiones muestran que la pregunta por el futuro del judaísmo no tiene una única respuesta. Para algunos, el conflicto amenaza con erosionar la autoridad moral del judaísmo; para otros, reafirma su misión histórica de sobrevivir con dignidad en un mundo hostil.
Quizá el cambio más profundo no ocurra en las instituciones ni en los dogmas, sino en la conciencia individual de cada judío que hoy se interroga sobre cómo vivir su fe en medio del dolor. El debate no busca imponer una postura, sino recordar algo esencial: que el judaísmo siempre ha sabido sostener la tensión entre la justicia y la autodefensa, entre la compasión y la supervivencia. En esa búsqueda —dolorosa, pero viva— reside su fuerza espiritual más perdurable.
Vivimos un tiempo de redefinición, y sorprende la capacidad de autocrítica que surge en medio de la tensión que todos hemos experimentado como judíos: el miedo, la sensación de vulnerabilidad, la sombra de nuevas formas de persecución que reactivan recuerdos y tristezas antiguas. Nunca como ahora habíamos enfrentado el desafío de ver a hermanos y amigos sostener posturas encontradas. Hoy, lo más importante será comprobar si nuestra cohesión como pueblo logra superar cualquier acecho o diferencia.
Nos sabemos universales, heterogéneos, divergentes, moderados, tradicionales, liberales, progresistas, conservadores, reformistas, centristas, ortodoxos, laicos, seculares…
Y sin embargo, por historia, destino y fe compartida, todos seguimos siendo Am Israel.