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Jaim Nachman Bialik, los poemas sobre los pogroms de Kishniev

El origen de estos poemas son los pogroms de Kishiniev, que tuvieron lugar el 19 y 20 de abril de 1903, conmocionaron a los judíos de Rusia. Sus protagonistas asesinaron con saña a 49 judíos, entre ellos niños pequeños; hirieron, violaron, aterrorizaron a la población judía. 1,300 hogares y negocios fueron saqueados y destruidos y 2,000 familias quedaron sin hogar.

Pero esta violencia fue sólo un ensayo para la furia genocida que se desencadenó en la guerra civil rusa en 1918, en la que las milicias de Ucrania dirigidas por Simón Petlura masacraron hasta 200.000 judíos. Y eso, por supuesto, fue la antesala del Holocausto. Al igual que en su tiempo Kishinev y el Holocausto son una lección clara de la capacidad humana para el mal y el deber judío de levantarse y luchar.

Jaim Nachman Bialik / En la ciudad de la matanza

(fragmento)

Levántate y marcha hacia la ciudad de la matanza.

Ve a sus plazas,

observa con tus propios ojos,

palpa con tus propias manos

las cercas, los árboles, las rocas.

Mira: sobre la cal del muro

la sangre coagulada,

los sesos endurecidos de las víctimas.

 

Encamínate hacia las ruinas,

salta por encima de los desechos,

atraviesa las paredes rotas

y las cocinas incendiadas

en donde la piqueta ha perforado quiebres

y agrandado, ensanchado vacíos,

donde la negra piedra se descubre,

la desnudez del ladrillo calcinado,

abiertas, desesperadas bocas de heridas negras

a las que no puedes aplicar ya cura o medicina,

tus piernas se hunden en plumas y cascotes,

entre pilas de escombros y de astillas,

en la derrota de los libros y los manuscritos,

el despojo del trabajo inhumano,

el redoblado fruto de unas arduas labores…

 

No te detengas ante los destrozos, sigue tu camino.

Renacen las acacias frente a ti,

derraman su perfume,

entre sus brotes penachos como flechas,

su aroma es el aroma de la sangre;

a tu pesar aspiras el perfume extraño,

la suavidad de la lozanía en tu corazón no te asquea;

con mil flechas doradas te lacera el sol,

siete rayos agreden en esquirlas de vidrios,

pues mi señor convocó, a un mismo tiempo,

a la matanza y a la primavera.

Sale el sol, florece la acacia y degüella el matarife.

Traducción: Gerardo Lewin (con la inestimable colaboración de Yonah Kranz)

En La Degollación

¡Cielos! ¡implorad misericordia por mí!

Si hay en vosotros un Dios, si Dios en vosotros tiene un camino

y yo no lo he encontrado

¡Rogadle vosotros por mí!

Yo, mi corazón, ha muerto,

no hay ya oración en mis labios,

ni fuerza en la mano, ya no hay esperanza.

¿Hasta cuándo? ¿Hasta dónde? ¡Ay! ¡Hasta cuándo!

¡Verdugo, aquí está mi cuello, levántate y degüella!

Mátame como a un perro, tú tienes el brazo con el hacha,

toda la tierra es un cadalso para mí.

Nosotros… ¡nosotros somos pocos!

Mi sangre te está permitida.

Golpea mi cráneo, y brotará sangre de crimen,

sangre de niño y de anciano sobre tu camisa,

y no se borrará nunca, nunca…

Si hay justicia… ¡Aparezca ya!

Porque si después que yo sea exterminado bajo el firmamento

apareciera la justicia,

¡sea derribada de su trono para siempre,

y con maldad eterna queden los cielos putrefactos!

Y vosotros, venid aquí malvados, con nuestras violencias,

vivid con vuestra sangre y consideraos inocentes.

Maldito el que diga ¡venganza!

Venganza como ésta, venganza en la sangre de un niño pequeño

ni siquiera la concibió Satanás.

Atraviese la sangre el abismo,

atraviese la sangre los abismos tenebrosos,

recoma en la oscuridad, y socave allí

los fragmentos putrefactos de la tierra.

(Traducción de M.E. Varela)

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