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Muy a lo Orwell - Bradbury

Heme aquí presentándoles un tercer cuento emanado del Taller de Escritura Creativa que se está llevando a cabo los miércoles en la Kehile.

Esta vez, la autora es Raquel Tawil que, con su inmensa fantasía, nos invita a un viaje al futuro, una narración que nos recuerda a Julio Verne, Wells y, sobre todo, a los escritores del Siglo de Oro de la ciencia ficción: Isaac Asimov, Aldous Huxley, George Orwell con su 1984 o Ray Bradbury en Fahrenheit 451.

Raquel nos pinta una sociedad deshumanizada, carente de memoria y de valores, con tonalidades donde - yo diría-, predomina el gris.

Subir a esos seres hojalateros a la Rueda de la Fortuna, sin propósito y futuro, nos hace percibir su preocupación hacia dónde se encamina la humanidad.

Recrea un mundo imaginario, pero también una realidad donde impera el individualismo y el consumismo.

Nos lleva a un viaje en un mundo distópico pero que clama por un cambio.

Se trata de un gran cuento, con un gran cierre.

Que los haga disfrutar y, sobre todo, reflexionar.

Raquel Bialik

Profesora del Taller de Cuentos

 

HUMANIDAD

Raquel Tawil Klein

 

Es el año 3024, únicamente se ve a lo lejos un horizonte árido, con construcciones de acero. Un mundo de fierro, frío, metálico. Los hombres caminan lentamente, se cruzan sin mirarse unos a otros. Han perdido la memoria, son seres carentes de historia. Tampoco pueden hacer vínculos, se miran con indiferencia. Han perdido su humanidad.

Funcionan como robots, sin pensar en lo que hacen, ni por qué lo hacen, y no se preguntan hacia donde van. Han perdido el sentido de la vida, sólo por inercia actúan. Su misión diaria es fabricar hierro y acero para seguir creciendo su mundo de metal, y hacer las pequeñas pastillas que en el siglo pasado sirvieran a los antiguos astronautas de alimento, y que son para ellos la única fuente de subsistencia.

Viven el minuto a minuto y el hoy por hoy, y no piensan en el ayer, ni se adentran en el mañana, ya qué no hay lugar para el deseo ni la fantasía. Son hombres sin historia, y sin relatos, no puede crearse una civilización.

En ese mundo robótico, que se extiende por lo que otrora fuera el norte de América, Europa y Asia, lo único que permanece del ayer es una enorme rueda de la fortuna. El que sube a esa rueda, recupera sus memorias, se vuelve más humano. Cada vuelta que da puede representar un ciclo. Ya sea de la historia universal, de las vivencias de su cultura o un ciclo de la vida personal. No cualquiera puede subir, sólo aquellos que pueden mostrar un rasgo de humanitarismo y que pueden rescatar algo de su historia llegan a acceder a esa inmensa rueda. Algo enigmático ocurre cuando esto sucede. Es como si penetraran a una dimensión completamente diferente del existir y de repente, sin darse cuenta, se encuentran ya sentados en esa rueda que da vueltas y que recupera el saber infinito, toda la historia olvidada.

Hay pocos hombres que han subido, se caracterizan por ser diferentes, quieren crear una civilización nueva, pero son muy pocos.

El día anterior se reunieron alarmados porque la rueda de la fortuna se está oxidando, sus fierros viejos ya rechinan por falta de uso, y si este aparato se inutiliza, será el fin de

la esperanza y de la expectativa de volver a ser personas que sienten, que aman, que crean y que pueden construir una nueva cultura.

Acordaron que había que ir a tierras lejanas, fuera de la dimensión que la rueda de la fortuna, -con su imantación puede alcanzar- a buscar a alguien que pudiera tener rastros del hombre de ayer y pudiera echar a andar nuevamente la rueda para poder preservarla. Así lo hicieron. Recorren grandes extensiones de tierras áridas sin encontrar nada, desfallecían por el calor, pero se levantaban aún exhaustos sabiendo que hallar a alguien con características humanas, era lo único que podría ayudar a todos esos hombres que deambulaban como robots sin ningún sentido a crear un nuevo mundo.

Tras días y días de búsqueda, vieron a lo lejos una pequeña casa en un lugar oculto, más allá se veían otras viviendas similares. Se acercaron con curiosidad hacia la puerta y les abrió un hombre de la larga barba. Los percibió tan exhaustos que les ofreció un vaso de agua. Los viajantes se miraron de un modo significativo que parecía decir: “encontramos al hombre que buscamos”. Los invitó a entrar a la casa y se sentaron en unos mullidos sillones que recordaban el ayer.

Le explicaron que eran parte de una civilización que había casi muerto, que sólo había una rueda de la fortuna que humaniza a las personas que habían perdido su historia, les devolvía la memoria, pero esa rueda se estaba destruyendo por falta de uso. Los habitantes amablemente dijeron “nosotros vamos si es que nos necesitan”. Subieron a una especie de coche y se dirigieron al lugar.

Al llegar fueron subiendo uno a uno a la enorme rueda, que primero crujía al girar, como si se fuera a desbaratar y poco a poco fue dado vueltas con más suavidad como si la hubieran aceitado. Bajaban todos más enriquecidos, más sabios porque tenían más memorias.

Les preguntaron ¿cómo es que lograron conservar su humanidad después del cataclismo que vivimos?

Los hombres dijeron: “es que todos los días nos reunimos alrededor de un libro”

¿De qué libro?

Se llama la Torá.

Kehila Ashkenazi, A.C. Todos los derechos reservados.
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