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Arvit: 19:15

Shajarit: 9:00

Minja: 18:15

Recuerdos del club, desde los años 20’s

(Fragmentos para no olvidar)

La llave
La llave del club la llevaba siempre en el bolsillo derecho del pantalón. Pesaba más que otras llaves. No sé si por el bronce o por lo que abría. Era grande, de esas antiguas que parecen de cajón de ropero. Cuando caminaba, sentía su forma contra la pierna, y con eso bastaba para recordarme el compromiso de lo que yo era; parte de la directiva.

Las noches
Cada quien tenía su noche, eso fue lo que se dijo, ese fue el acuerdo, pero con los días, las semanas, los años… las noches se quedaron casi siempre conmigo. Me gustaba llegar tarde, encendía una sola lámpara, barría el polvo del día, revisaba que las ventanas estuvieran cerradas. Me sentaba un momento en la silla de siempre y escuchaba. El club tiene sonidos que no se oyen de día.

La silla rota
Había una silla que cojeaba, en la esquina del salón. Nadie quería sentarse ahí, salvo el rabino que decía que “una silla imperfecta recuerda que estamos aquí para sostener lo que se tambalea”. Nunca la arreglamos. Se volvió símbolo… o excusa.

Las manos del inmigrante
Una tarde llegó un joven. No traía nada consigo salvo sus manos. Se las miraba como si acabaran de crecerle. No hablaba español, ni yiddish siquiera. Pero cuando le dimos una escoba, la tomó como quien toma al destino. Barrió el patio como si fuera suyo. Y desde entonces, así lo fue.

El mantel largo
Para la primera kermés, mi esposa y yo cosimos un mantel con retazos. Aquella mesa, con su mantel parchado, fue la más hermosa que he visto. En ella sirvieron arroz con pasas y jugo de uva y todos comimos como si hubiéramos ganado la guerra.

El fonógrafo
Nos lo prestó el señor Ostroviack a quién entonces ya le iba bien, con la condición de que nadie tocara la aguja con las manos. Tocaba solo dos discos: Oyfn Pripetchik y una mazurca sin nombre. Pero bastaban. Hubo un día en que alguien bailó con una niña en el pasillo. No eran padre e hija. Pero por una canción, lo fueron.

La carta que nunca mandamos
Una noche, entre tres, escribimos una carta para pedir ayuda a la comunidad de México. La firmamos, la metimos en un sobre, la dejamos en la esquina del escritorio. Al día siguiente, ya no nos pareció necesario. Había llegado ayuda sin que la pidiéramos. La carta quedó ahí, sin sello. La encontré años después, como se encuentra un sueño que uno ya no recuerda haber tenido.

El silencio del final
Cuando el nuevo comité tomó el relevo, me fui sin hacer ruido. Dejé la llave en el cajón de siempre y al cerrar la puerta sentí que el crujido de la madera me decía “gracias”. Aunque quizá era solo mi espalda.

A veces
A veces, de noche, camino por la calle donde está el club, nada es lo mismo pero yo aún veo las ventanas altas, la cortina de flores desteñidas, la silla que cojea, la lámpara encendida.

A veces, juro que oigo mi propio paso adentro.
Y me digo: todo está en orden, allí están los jóvenes, puedes volver a casa.

 

100 Años de Historia y Tradición

La Comunidad Judía de Monterrey invita cordialmente a conmemorar un siglo de presencia, legado y unión.

Un encuentro para honrar el camino recorrido y reflexionar sobre el futuro.

Comparte con nosotros tus recuerdos, fotos, anécdotas y todo lo que tengas para seguir construyendo nuestra memoria.

 

Pueden enviar sus documentos vía:

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